En las postrimerías vitales de Leon Tolstoi, Michael Hoffman se desliza con un diagnóstico crepuscular del estado de la cuestión de la utopía, en una aguda tensión entre el altruismo y el individualismo alrededor de la debilidad paradójica de un genio. El humanitarismo tolstoiano a examen, la vigencia del ideal de amor y solidaridad engullido por una sociedad no preparada para tales valores, en la vorágine del materialismo y el egoísmo crónico. Esa contradicción en el umbral de la muerte que atenaza a Tolstoi en sus últimos días, debatiéndose entre su compromiso con la humanidad y la lealtad a sus afectos, emerge en "La última estación" llena de matices en una odisea otoñal de interiores, melancólica y poética, como la vida misma del genial autor de "Guerra y paz".
"La última estación" es un biopic ejemplar precisamente porque no lo es ni quiere serlo. Pero como casi todas las buenas películas biográficas eleva una semblanza panorámica del personaje desde la singularidad y excepcionalidad de un momento, de un día, de un mes, de un año con mucha más intensidad que trazando el periplo hagiográfico de costumbre. Hoffman hurga en la vulnerabilidad terminal de Tostoi con una sensibilidad notable, con aplomo, sin caer en la trampa y la tentación del melodrama, dosificando los extremos de la tragedia y sabiendo jugar su mejor baza desde un segundo plano.
Cine de gran guión, impecable realización, pero sobre todo un apoteósico recital de cuatro actores fuera de serie. Christopher Plummer, Helen Mirren, James McAvoy y Paul Giamatti conforman un cuarteto prodigioso en cuyos rostros se escribe la tragedia de la ficción histórica casi por inercia. Con la perspectiva del tiempo resultan intolerables dos cosas: que Plummer fuese candidato sin premio al Oscar en la categoría de actor de reparto cuando es absoluto protagonista, y que Helen Mirren no le birlara la estatuilla a Sandra Bullock imponiendo la lógica y el sentido común. Ambos, él y ella, dibujan un romance inasequible al paso del tiempo absolutamente conmovedor, intenso, estoico, con los pies en el suelo y a la vez en la nube de un idealismo sentimental al que ninguno está dispuesto a renunciar.
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